Soy yo, la que no me permito seguir sin dejar esto claro. Porque al final del camino me duele reconocer que no estoy en el nivel que creí estar. El nivel sobre el cual actuaba y respondía.
Y es que Dios tiene maneras duras pero perfectas para hacernos entender, para bajarme de las nubes.
Y es que hay cosas más importantes, mucho más importantes. Hay personas, hay amigos, hay confidentes.
Y no es excusa. Porque sé que la culpa recae en mí. Y no hay explicación, sino sólo un vago intento de decir una ridícula razón que al final no significa algo, pero que es la verdad.
Y es que me cuesta aceptarlo, pero debo hacerlo. Dejé al orgullo entrar en mi vida y se arraigó en mi mente, lo dejé descontrolarme y actué como no debí.
Las consecuencias las debo vivir y afrontar. Y me duele mucho. Me duele saber que herí y que un lazo que se había creado tan perfecto, lo rompí en segundos. Y sí, fue mi responsabilidad.
Pensé que vivía en un piso más alto, pero me doy cuenta que no he salido del sótano. Ese piso será mi meta. Pero sé que no pertenezco ahí, al menos no ahora.
Perdón, porque he fallado y he herido. Perdón, porque nos decepcioné. Perdón por dar lugar a un malentendido.
Me resta decir que sigo adelante, con la cabeza baja y con la mirada confusa. Con un tremendo pesar por saber lo que me ha costado esta lección, porque me angustia no saber si algún día lo recuperaré.