jueves, 2 de diciembre de 2010

El baile de la brisa

Baila brisa. Déjate llevar. Nunca escucharás. Nunca olvidarás.
Baila brisa. Que nada importe. Que nada esté bien. Que nada esté mal. Sé tú. Baila. Sólo sé. Libre, amable, risueña.
Baila brisa. Habla. Deleita tu silencio. Enriquece la belleza de tu voz, de tu tacto, de tu frescura.
Baila brisa. Baila libre. Baila con viento. Baila con movimiento.
Baila brisa. Haz innumerables siluetas abstractas que conforman todo tu estilo, toda tu soltura, toda tu esencia.
Baila brisa. Por eso eres. Por eso vienes. Por eso vas. Juguetea. Llamas la atención sin pedirla, sólo por ser lo que eres y hacer lo que es consecuente contigo.
Baila brisa. Porque me engrandece el espíritu el verte bailar.
Baila brisa. Porque me inspiras. Baila porque eres. Baila con razón, con sentido. Sin melodía audible.
Baila y marca el ritmo del mundo. Tú, brisa. Sé el compás. Sé la medida.
Baila brisa, con estilo. Con tu estilo. Ignora el mundo, pero sé real. Ignora el pensamiento pero piensa verdaderamente.
Baila brisa. Baila ignorando. Baila conociendo. Baila con tu ser. Sé superficial, rarificada, segmentada.
Haz un todo, pero no representes una idea. No representes un personaje. No representes algo.
Baila brisa. Cambia y mueve. Rodéate con tu mismo abrazo.
Baila brisa e imprégname con tu suave dulzura, con tu alegría eterna, con tu silenciosa presencia.
Baila brisa y que tu ritmo sea mi latido y que tu humedad sea mi pensamiento, mi deseo, mi propósito.
Sólo baila y nunca calles, nunca pares, nunca mueras.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA RUTINA ADECUÁNDOSE A UN HORARIO CAMPESINO

Rutina. Definitivamente es una palabra que me provoca desdén. Pero, es obvio, porque soy una veinteañera con ínfulas de ser periodista y que busca ser filósofa. ¿Por qué me va a gustar esa palabra? Es decir, con esa vaga descripción de mí ¿qué más se puede decir para averiguar mi “rutina”? Nada más queda señalar que no hago deportes extremos, no soy asesina en serie, ni soy fugitiva de la ley.

Levantarse, bañarse, desayunar, salir de casa, ma
nejar, estudiar, molestar, etc., son algunas de las actividades rutinarias de cualquier persona. Generalmente éstas son realizadas en un orden específico tan rígido que ni el mismo domingo, “el día del Señor”, recibe tregua. Para mí, todo esto es diferente. Para comenzar, no me levanto de la misma manera todos los días. La mayoría de noches sueño y cada vez que lo hago, hablo dormida. Mi mamá, una mujer muy sabia, dice que a veces doy risa porque no se me entiende lo que digo, y otras veces, que doy miedo, porque elevo mucho la voz y me siento al borde de la cama “como si fuera” sonámbula. Cada vez que sueño me levanto de manera diferente, con pensamientos extraños que no tienen nada de lógica y con sentimientos raros que no puedo describir porque se llevan parte de mi subconsciente, además del obvio dolor de garganta.

A esto, le sumo que vivo lejos de “la capital” –donde estudio– y que debo levantarme muy temprano, aproximadamente a las 5 de la mañana, es decir, antes de que el gallo tenga noción de que viene la mañana. Karen Cancinos, una buena amiga mía, me dice que tengo “un horario campesino”: madrugar mucho y trabajar bastante, lo cual es cierto.


A pesar del mencionado cuasi sonambulismo, duermo de una manera profunda, por ello, para lograr despertarme debo programar al menos dos alarmas: una es un radio despertador que únicamente sintoniza –por elección mía– Radio Fabulosa o Emisoras Unidas; la otra es el teléfono que canta “I gotta feeling” de los Black Eyed Peas o alguna canción mashup de Glee, para entrar en el ánimo alegre y encontrar fuerzas para el día que se me viene por delante.

Cuando las alarmas han cumplido su misión asignada y yo ya estoy arriba, me dirijo hacia el baño. Me lavo la cara y los dientes. Como tengo que salir a las 5:30 de mi casa y porque vivo en un lugar con un clima muy frío, no tomo la ducha por las mañanas. Salir a la calle en la mañana mojada en el pueblo de San Lucas Sacatepéquez, para mí, sería para ir, no a la universidad, sino al hospital más cercano debido a un caso grave de neumonía.

Me visto y no desayuno, porque la comida me causa nauseas a tan tempranas horas del día. Me subo a mi carro y salgo de casa en dirección a “la civilización”, como le digo a la ciudad. Paso entre media hora y tres cuartos de hora manejando entre un tráfico que anuncia que se pondrá pesado y un tránsito que se lentifica conforme transcurren los minutos.

Llego lista para entrar p
untualmente a la clase de las 7. Casi siempre. Pues, a veces se me “pegan las colchas”, que son muy ricas, o me conduzco muy tranquilamente por una de las principales arterias de entrada a la ciudad.
Cuando me atraso, llego aproximadamente las 8. A estas horas de la mañana, tardarse diez minutos en salir, puede costar una hora
extra en el camino, disfrutando del bello paisaje de automóviles surcando las vías cuales motos acuáticas en un lago.

De igual manera, a las 7 u 8, paso en la universidad regularmente hasta la una y media de la tarde. Este tiempo lo comparto con Alessandra Molina, mi única compañera de clase. Sólo nosotras hemos podido seguir la carrera a pesar del amplio abstencionismo estudiantil. Nuestro grupo de primer año era de trece estudiantes, pero una desistió la primera semana, otros se fueron a estudiar al extranjero, unos más fueron suspendidos y algunos otros simplemente se cambiaron de universidad o de carrera.

Molina opina que le gustaría que hubiera más gente en la clase, “porque sería bueno compartir y saber otras opiniones. Además, creo que nos ayudaría a no ser tan ‘arrogantes’. Pero, me parece bien que estemos las dos solas en la clase, me la paso muy bien”. Y tiene razón, la pasamos tan bien que desarrollamos un lenguaje completamente nuevo y, por momentos, pareciera ser que nos podemos leer la mente, puesto que decimos o hacemos cosas idénticas al mismo tiempo.

Por otro lado, la cuestión del hambre es problemática durante este período de tiempo, ésta sólo la puedo menguar al almorzar en mi casa en com
pañía de mi mamá y de alguna serie del canal AXN –por lo general es Criminal Minds, o la alguna repetición de CSI. Pero, tengo días en los que debo quedarme hasta las 4 p.m. –aunque el horario de toda la carrera no incluye clases a esta hora– que me impiden comer cómodamente y me obligan a calentar comida de lonchera o comprar de la cafetería. De igual forma, lo importante es que la hora en que vuelvo a estar dentro de mi carro es justo antes de que se formen los congestionamientos vehiculares de la hora pico, de 5 a 7 de la noche, y no pierdo tanto tiempo sin ser tan productiva académicamente como quisiera.

De regreso cuando conduzco, para obviar el hambre que carcome mis entrañas, me introduzco en el oscuro mundo de mis pensamientos y reflexiones. No revivo mi día, ni las conversaciones que he tenido, ni las clases
que me han enseñado más de algo, sino atacan mi mente esas preguntas violentas que no desean ser respondidas: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?” “¿Cuándo se acaba esta etapa?” “¿Lograré vivir?” “¿Estoy en la carrera correcta?” “¿Seré buena periodista?” “¿Me darán trabajo?” “¿Tendré mi empresa?”.

Pero ahí no termina, pues cada vez que una de estas preguntas aparece frente a mí, se desglosa en muchas otras “preguntitas” que me hacen des
pejar mi mente de la rutina e inmiscuirme más en los objetivos a largo plazo, en lo que debo cambiar para lograrlos y en lo que estoy haciendo para que sean más específicos.

Para no caer en completa demencia, al llegar a casa, distraigo mi mente con comida y televisión, la cual se convierte en siesta. Luego, voy a mi cuarto a comenzar las tareas, es decir, revisar correo que revisé hace una hora, entrar a Faceb
ook (al que también entré hace una hora) y chequear el Twitter para ver que hay de interesante en el mundo.

Paso al menos una hora en esto. Luego, para evitar un cargo de conciencia, comienzo a trabajar en mis proyectos y tareas de la universidad. No cier
ro ninguno de estos sitios de internet cuando comienzo. Siempre estoy conectada y pendiente de lo que ocurre en el mundo y para saber qué es lo que ocurre con el resto de mi clase. Esto resulta un poco negativo. Molina explica que aunque “es muy bueno porque podamos comunicarnos en cualquier momento, es malo porque no sabemos organizarnos bien y después estamos pariendo”, con lo que yo concuerdo totalmente.
Más adelante, en alg
ún momento de la tarde-noche, me aventuro hacia mi terapia anti-estrés: el gimnasio, en el que hago media hora de ejercicios cardiovasculares y alguna otra cosa, que no me lleve mucho tiempo. Regreso a casa a bañarme –por fin– y a seguir con las tareas.

Casi siempre se me olvida cenar, pero cuando el hambre acecha, mi plato preferido es el yogurt de melocotón con un poco de granola, no mucha. Sin embargo, cuando hay sobras de alguna comida chatarra del almuerzo o del día anterior –como pizza–, las devoro, pues si no lo hago yo, “la piraña” –mi hermano– regresará en cualquier momento a la casa y arrasa con cuanta comida haya disponible.

Para el final del día, es justo decir que nunca, o casi nunca, termino todo lo que tengo que hacer, por lo que finalizo lo urgente y relajo mi mente para evitar la migraña matutina del día siguiente. Me acuesto y leo un poco, pero si ya es muy tarde, opto por jugar Quadra Pop en mi celular hasta quedarme inconsciente.

Y luego comienza de nuevo la rutina. Es preciso especificar que ningún día es igual al otro. A veces, no me dan nauseas matutinas o me despierto muy cansada y simplemente decido no asistir a la primera clase del día –a vece
s, ni a la segunda. Siempre es diferente. Muchas veces la visita inesperada de una amiga, la entrega de un regalo atrasado, la llamada “inesperada” de la persona especial o un clima extraño, pueden cambiar por completo cualquier elemento de la rutina, si no es que toda ella.



La vida es la consecuencia de decisiones y acciones independientes y espontáneas, por ella saboreamos la verdadera esencia del mundo, del ser y de uno mismo.



martes, 31 de agosto de 2010

EL DERRUMBE DE SUS VIDAS: EL ACCIDENTE MINERO QUE TOMÓ COMO REHENES A 33 PERSONAS



Por Mercedes Azurdia

33 mineros fueron atrapados en el nivel 300, ubicado a 400 metros por debajo de la tierra el 5 de agosto a las 20.30 horas (en horario local) por dos derrumbes accidentales en la mina San Esteban de Copiapó, Chile. Hoy, 26 días después del accidente, se encuentran con vida y se hacen esfuerzos para que así se mantengan hasta su rescate.

LOS DERRUMBES

El primer movimiento violento de tierra destruyó la única vía de acceso al yacimiento San José, por lo que el rescate a los mineros se daría a través de un ducto de ventilación. Sin embargo, un segundo desprendimiento ocurrido dos días después a 200 metros de profundidad debido a los trabajos de perforación para el rescate bloqueó el ducto.

EL REFUGIO

Los atrapados se encuentran en un refugio hacia los 700 metros de profundidad, el cual cuenta con los elementos básicos necesarios para que los mineros permanezcan en buen estado durante algún tiempo.

Por el momento, varios de los mineros sufren problemas psicológicos o tienen lesiones físicas importantes, según han reconocido las autoridades chilenas. Alteraciones urinarias, dermatológicas severas y depresión inicial son de las enfermedades que más se destacan entre los atrapados.

Jaime Mañalich, ministro de Salud chileno, reconoce que en un video enviado por los mineros se podía apreciar las lesiones y cortes en los cuerpos de los mineros, además de hongos, debido a la humedad existente a 700 metros de profundidad.

Por ello, el organismo espacial estadounidense (NASA) ofreció colaborar con las autoridades chilenas por su experiencia en el tratamiento de personas que deben permanecer períodos prolongados en ambientes hostiles y en condiciones de aislamiento.

LA COMUNICACIÓN

El acceso a la mina es muy difícil por lo que se complican las labores de rescate. Estos trabajos se han mantenido desde el día del incidente.

Para establecer contacto con el grupo de mineros atrapados, ubicarlos correctamente en el mapa y comenzar el rescate, se utilizaron cuatro sondas. Las tres primeras fallaron, pero la cuarta alcanzó el refugio y confirmó que los trabajadores seguían vivos. Esta sonda sirve tanto para la comunicación oral entre los mineros y el exterior como para alimentarlos.

Sebastián Piñera, presidente de ese país, visitó el lugar y se reunió con los familiares de los mineros para darles ánimos y buscar alternativas para los equipos de excavación, rescate e investigación de las causas y responsabilidad del accidente.

Piñera aseguró que se buscará determinar responsabilidades en el accidente minero “para que nunca más una tragedia como esta se repita”.

EL RESCATE

Cuatro días después del incidente, una perforadora avanzó unos 200 metros de profundidad en la mina para instalar tubos por donde se puede pasar alimento, agua y oxígeno.

“Estas labores permitirían entregar a los mineros atrapados aire fresco, agua y alimento”, precisó el reporte de la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi).

Luego, se comenzó a utilizar una perforadora hidráulica, con la que se pretende alcanzar el refugio hasta los 700 metros. Esta perforadora hará un agujero de al menos 66 centímetros de diámetro para que se puedan sustraer a los mineros. En el momento en que la punta de la perforadora termine de hacer el orificio y llegue hasta el refugio, los mineros deberán retirar al menos dos toneladas de escombros diarios desprendidos de la perforación para evitar que se obstruya el ducto. Este proceso puede durar hasta cuatro meses.

Al terminar, los mineros subirán de uno en uno en una jaula o camilla con los ojos vendados para evitar que la luz solar los ciegue por haber permanecido tanto tiempo en la oscuridad. La jaula cuenta con un arnés de seguridad, un toldo de hule para proteger al minero y tiene una resistencia de 100 kilogramos (unas 220 libras). Cada viaje durará aproximadamente 30 minutos.

LA INVESTIGACIÓN

La Fiscalía abrió una investigación por accidente en la minera, según informó el fiscal nacional, Sabas Chahuán. En el juicio presentado contra los dueños de la minera, los ejecutivos Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny, en medio de una gran expectación mediática, declararon este martes ante la comisión designada.

Durante la comparecencia Bohn pidió “disculpas al país por el sufrimiento causado” , debido al impacto que ha generado el prolongado encierro de los trabajadores.

El ejecutivo explicó que como dueños del yacimiento habían cumplido con los trámites que en su momento se solicitaron, siguiendo el conducto regular para solicitar la autorización de funcionamiento del mineral.

Las autoridades chilenas aún buscan determinar quién es el responsable de este accidente y si se pudo hacer algo para prevenirlo.

YACIMIENTO SAN JOSÉ Y MINA SAN ESTEBAN

El yacimiento San José comenzó a ser explotado 1889 y fue clausurado en 2007 por un accidente que causó la muerte de un trabajador. Un año más tarde fue reabierta y la empresa señala contar con “todos los papeles en regla”.

Mientras tanto la Federación Minera de Chile -que agrupa a unos 12.000 mineros, entre ellos los trabajadores atrapados en la mina San José-, anunció movilizaciones para expresar su molestia por el funcionamiento de una mina a la que califican de insegura.

LAS CONDICIONES DE TRABAJO

Copiapó es una ciudad chilena ubicada a 834 kilómetros al norte de la capital, se destaca por ser un oasis donde florece el desierto y además de poseer en su valle la primera exportación de uvas del país.

Aquí se encuentra la mina San Esteban que se dedica a la explotación de oro y cobre. Ésta posee dos plantas de beneficio de minerales sulfurados con una capacidad de tratamiento de mineral de 80 mil toneladas mes.

El método para explotar la tierra es de corte y relleno, que consiste en ir definiendo bloques entre sub-niveles, perforar tiros largos, crear cara libre mediante una chimenea y tronar el resto del bloque contra dicha cara. El mineral quebrado al interior de los bloques se cargará en camiones de bajo perfil, de 15 toneladas cortas de capacidad, para su transporte a superficie.

Para información más gráfica: http://www.elmundo.es/elmundo/2010/graficos/ago/s3/mineros.html