miércoles, 22 de septiembre de 2010

LA RUTINA ADECUÁNDOSE A UN HORARIO CAMPESINO

Rutina. Definitivamente es una palabra que me provoca desdén. Pero, es obvio, porque soy una veinteañera con ínfulas de ser periodista y que busca ser filósofa. ¿Por qué me va a gustar esa palabra? Es decir, con esa vaga descripción de mí ¿qué más se puede decir para averiguar mi “rutina”? Nada más queda señalar que no hago deportes extremos, no soy asesina en serie, ni soy fugitiva de la ley.

Levantarse, bañarse, desayunar, salir de casa, ma
nejar, estudiar, molestar, etc., son algunas de las actividades rutinarias de cualquier persona. Generalmente éstas son realizadas en un orden específico tan rígido que ni el mismo domingo, “el día del Señor”, recibe tregua. Para mí, todo esto es diferente. Para comenzar, no me levanto de la misma manera todos los días. La mayoría de noches sueño y cada vez que lo hago, hablo dormida. Mi mamá, una mujer muy sabia, dice que a veces doy risa porque no se me entiende lo que digo, y otras veces, que doy miedo, porque elevo mucho la voz y me siento al borde de la cama “como si fuera” sonámbula. Cada vez que sueño me levanto de manera diferente, con pensamientos extraños que no tienen nada de lógica y con sentimientos raros que no puedo describir porque se llevan parte de mi subconsciente, además del obvio dolor de garganta.

A esto, le sumo que vivo lejos de “la capital” –donde estudio– y que debo levantarme muy temprano, aproximadamente a las 5 de la mañana, es decir, antes de que el gallo tenga noción de que viene la mañana. Karen Cancinos, una buena amiga mía, me dice que tengo “un horario campesino”: madrugar mucho y trabajar bastante, lo cual es cierto.


A pesar del mencionado cuasi sonambulismo, duermo de una manera profunda, por ello, para lograr despertarme debo programar al menos dos alarmas: una es un radio despertador que únicamente sintoniza –por elección mía– Radio Fabulosa o Emisoras Unidas; la otra es el teléfono que canta “I gotta feeling” de los Black Eyed Peas o alguna canción mashup de Glee, para entrar en el ánimo alegre y encontrar fuerzas para el día que se me viene por delante.

Cuando las alarmas han cumplido su misión asignada y yo ya estoy arriba, me dirijo hacia el baño. Me lavo la cara y los dientes. Como tengo que salir a las 5:30 de mi casa y porque vivo en un lugar con un clima muy frío, no tomo la ducha por las mañanas. Salir a la calle en la mañana mojada en el pueblo de San Lucas Sacatepéquez, para mí, sería para ir, no a la universidad, sino al hospital más cercano debido a un caso grave de neumonía.

Me visto y no desayuno, porque la comida me causa nauseas a tan tempranas horas del día. Me subo a mi carro y salgo de casa en dirección a “la civilización”, como le digo a la ciudad. Paso entre media hora y tres cuartos de hora manejando entre un tráfico que anuncia que se pondrá pesado y un tránsito que se lentifica conforme transcurren los minutos.

Llego lista para entrar p
untualmente a la clase de las 7. Casi siempre. Pues, a veces se me “pegan las colchas”, que son muy ricas, o me conduzco muy tranquilamente por una de las principales arterias de entrada a la ciudad.
Cuando me atraso, llego aproximadamente las 8. A estas horas de la mañana, tardarse diez minutos en salir, puede costar una hora
extra en el camino, disfrutando del bello paisaje de automóviles surcando las vías cuales motos acuáticas en un lago.

De igual manera, a las 7 u 8, paso en la universidad regularmente hasta la una y media de la tarde. Este tiempo lo comparto con Alessandra Molina, mi única compañera de clase. Sólo nosotras hemos podido seguir la carrera a pesar del amplio abstencionismo estudiantil. Nuestro grupo de primer año era de trece estudiantes, pero una desistió la primera semana, otros se fueron a estudiar al extranjero, unos más fueron suspendidos y algunos otros simplemente se cambiaron de universidad o de carrera.

Molina opina que le gustaría que hubiera más gente en la clase, “porque sería bueno compartir y saber otras opiniones. Además, creo que nos ayudaría a no ser tan ‘arrogantes’. Pero, me parece bien que estemos las dos solas en la clase, me la paso muy bien”. Y tiene razón, la pasamos tan bien que desarrollamos un lenguaje completamente nuevo y, por momentos, pareciera ser que nos podemos leer la mente, puesto que decimos o hacemos cosas idénticas al mismo tiempo.

Por otro lado, la cuestión del hambre es problemática durante este período de tiempo, ésta sólo la puedo menguar al almorzar en mi casa en com
pañía de mi mamá y de alguna serie del canal AXN –por lo general es Criminal Minds, o la alguna repetición de CSI. Pero, tengo días en los que debo quedarme hasta las 4 p.m. –aunque el horario de toda la carrera no incluye clases a esta hora– que me impiden comer cómodamente y me obligan a calentar comida de lonchera o comprar de la cafetería. De igual forma, lo importante es que la hora en que vuelvo a estar dentro de mi carro es justo antes de que se formen los congestionamientos vehiculares de la hora pico, de 5 a 7 de la noche, y no pierdo tanto tiempo sin ser tan productiva académicamente como quisiera.

De regreso cuando conduzco, para obviar el hambre que carcome mis entrañas, me introduzco en el oscuro mundo de mis pensamientos y reflexiones. No revivo mi día, ni las conversaciones que he tenido, ni las clases
que me han enseñado más de algo, sino atacan mi mente esas preguntas violentas que no desean ser respondidas: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?” “¿Cuándo se acaba esta etapa?” “¿Lograré vivir?” “¿Estoy en la carrera correcta?” “¿Seré buena periodista?” “¿Me darán trabajo?” “¿Tendré mi empresa?”.

Pero ahí no termina, pues cada vez que una de estas preguntas aparece frente a mí, se desglosa en muchas otras “preguntitas” que me hacen des
pejar mi mente de la rutina e inmiscuirme más en los objetivos a largo plazo, en lo que debo cambiar para lograrlos y en lo que estoy haciendo para que sean más específicos.

Para no caer en completa demencia, al llegar a casa, distraigo mi mente con comida y televisión, la cual se convierte en siesta. Luego, voy a mi cuarto a comenzar las tareas, es decir, revisar correo que revisé hace una hora, entrar a Faceb
ook (al que también entré hace una hora) y chequear el Twitter para ver que hay de interesante en el mundo.

Paso al menos una hora en esto. Luego, para evitar un cargo de conciencia, comienzo a trabajar en mis proyectos y tareas de la universidad. No cier
ro ninguno de estos sitios de internet cuando comienzo. Siempre estoy conectada y pendiente de lo que ocurre en el mundo y para saber qué es lo que ocurre con el resto de mi clase. Esto resulta un poco negativo. Molina explica que aunque “es muy bueno porque podamos comunicarnos en cualquier momento, es malo porque no sabemos organizarnos bien y después estamos pariendo”, con lo que yo concuerdo totalmente.
Más adelante, en alg
ún momento de la tarde-noche, me aventuro hacia mi terapia anti-estrés: el gimnasio, en el que hago media hora de ejercicios cardiovasculares y alguna otra cosa, que no me lleve mucho tiempo. Regreso a casa a bañarme –por fin– y a seguir con las tareas.

Casi siempre se me olvida cenar, pero cuando el hambre acecha, mi plato preferido es el yogurt de melocotón con un poco de granola, no mucha. Sin embargo, cuando hay sobras de alguna comida chatarra del almuerzo o del día anterior –como pizza–, las devoro, pues si no lo hago yo, “la piraña” –mi hermano– regresará en cualquier momento a la casa y arrasa con cuanta comida haya disponible.

Para el final del día, es justo decir que nunca, o casi nunca, termino todo lo que tengo que hacer, por lo que finalizo lo urgente y relajo mi mente para evitar la migraña matutina del día siguiente. Me acuesto y leo un poco, pero si ya es muy tarde, opto por jugar Quadra Pop en mi celular hasta quedarme inconsciente.

Y luego comienza de nuevo la rutina. Es preciso especificar que ningún día es igual al otro. A veces, no me dan nauseas matutinas o me despierto muy cansada y simplemente decido no asistir a la primera clase del día –a vece
s, ni a la segunda. Siempre es diferente. Muchas veces la visita inesperada de una amiga, la entrega de un regalo atrasado, la llamada “inesperada” de la persona especial o un clima extraño, pueden cambiar por completo cualquier elemento de la rutina, si no es que toda ella.



La vida es la consecuencia de decisiones y acciones independientes y espontáneas, por ella saboreamos la verdadera esencia del mundo, del ser y de uno mismo.



2 comentarios:

Maria dijo...

GENIAL! G-E-N-I-A-L! La producción del video está increíbleee!! Me encantan toda esa sucesión dinámica de cuadros cortados! Está divertidísimoo! Sin pajas que nos saldría bien la empresa de audiovisuales jaja! PARFAIT! :D Y toda la entrada me encantó! El tono tan en confianza y sincero está buenísimooo! ;)

mirkedez dijo...

wow! un comentario tuyo de esta naturaleza me causa mucha satisfacción. gracias! la empresa de audiovisuales sería sólo el comienzo... y sería uno muy bueno. jaja. gracias de nuevo por el comment.