Neblina espesa color nube penetra en los pulmones de aquéllos que se atreven a desafiar a los solitarios senderos entre los enormes pinos de la alta montaña. Un frío húmedo traspasa la piel y se crece dentro del corazón. Un camino de tierra y, de vez en cuando, ninguno que se divise; otro truco de la montaña para dejarlos en infinita soledad. Rayos de sol logran escabullirse a los gruesos mantos de agua condensada en el cielo, y alumbran esporádicamente la gama de los verdes más intensos. Las aves cantan, el viento sopla, el sonido de las hojas marchitas, que son pisoteadas sin reparo, hacen el recorrido de los caminantes algo más real, algo no meramente soñado o imaginado. El cielo no se puede ver, se pierden los frondosos árboles en la neblina, aunque parece que ella es la que logra fusionarse con la vida de las ramas. Cada vez que se da un paso para adentrarse en este mágico encanto de la naturaleza fría, se puede inhalar un fresco aroma a pureza, una fragancia perfecta, producto de la combinación de la belleza húmeda del árbol anciano a punto de morir, y de la mata nueva que recién comienza el aprendizaje del reto de la vida.
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